El hombre invisible

El hombre invisible.

The invisible man.

1933

Director: James Whale.

Guión: R. C. Sherriff.

Claude Rains.

Gloria Stuart.

Henry Travers.

William Harrigan.

Una O'Connor.

E. E. Clive.

Un científico ha descubierto un modo de hacerse invisible. Su problema es que no puede revertir el proceso...

La década de los treinta fue la más dorada para los monstruos clásicos. Todo empezó cuando Lugosi se vistió de Drácula. Después vinieron Frankenstein con el rostro de Karloff y James Whale dirigiendo. Este último resultado fue tan bueno que al director le ofrecieron otro proyecto que estaba destinado a convertirse en otro clásico dentro del género: El hombre invisible, basado en la novela escrita por H. G. Wells. Además, esta nueva película iba a incorporar un detalle fundamental que Drácula o Frankenstein no tenían: unos efectos especiales que prometían asombrar al personal.

¿Listos?

Lo primero, como siempre, la historia. 

No puede ser más sencilla pero no por ello menos efectiva y, por supuesto, todo el mundo la conoce: un científico ha inventado el modo de hacerse invisible y ahora no sabe cómo revertir el proceso. Como solía ocurrir con las cintas de la época, la película una duración muy limitada, más o menos, una hora hora y muy poquito, por lo que va al grano de manera directa sin perder el tiempo en tonterías, como muchas de las que se hacen hoy. Por eso, la cinta, desde que empieza con ese siniestro personaje entrando en la posada, va directa al grano. Sabemos que el tipo es el hombre invisible pero nos importa un comino porque lo que se cuenta desde ese comienzo es tan interesante que no podemos apartar los ojos de la pantalla.

Otro gran punto a favor de la historia es que, al igual que sucede con el libro, por supuesto, no optaron por la idea de ver cómo el científico Grffin se esfuerza en encontrar un antídoto. Vale, eso lo hace los primeros minutos de metraje. Lo que realmente hace interesante esta historia es que asistimos a cómo Griffin se vuelve cada vez más y más loco hasta convertirse en un asesino desequilibrado al que hay que eliminar. Podría haber sido n drama de los gordos pero, en lugar de eso, la trama se convierte en los delirios de conquista de un psicópata con un superpoder que es incapaz de controlar.

Y eso me lleva a potro tanto de los buenos. Si bien en las entregas anteriores los protagonistas eran monstruos, en esta película vamos a retomar la imagen del típico científico chiflado que, buscando algo bueno, se estrella de manera estrepitosa y la acaba liando a base de bien. Es decir, es humano, como tú o cómo yo, dando de lado el tono sobrenatural de otras películas. De hecho, lo que le sucede es fruto de un accidente o, quizás, del hecho de no saber medir las consecuencias de sus actos.

Pero esta película tiene un detalle del cual carecen los títulos anteriores como los ya mencionados Dracula, Frankenstein o La Momia pero que sí se vio un poco en La novia de Frankenstein dirigida también por Whale: el humor. Y es que en este hombre invisible hay determinados momentos que no están exentos del mismo. Ojo, no es un humor para partirse el pecho de la risa pero si nos fijamos en los momentos de Una O´Connor o de E. E. Clive como policía dan buena muestra de ello. No obstante, salvando estos pequeños apuntes, la película vuelve enseguida a la seriedad a través de las grilladas mentales de Griffin. 

Pero, sin duda, un aspecto muy destacable de la cinta, y que en aquellos años dejó con la boca abierta a los espectadores, que no podían creer lo que veían, son los efectos especiales. Y es que las tomas que muestran al hombre invisible en toda su gloria son ya antológicas y han pasado a la historia del cine por méritos propios. Aún hoy me siguen pareciendo muy efectivas y sorprende los que se hizo en la época con los medios y mucho ingenio. Yo 

tengo debilidad por los momentos en los que Griffin se quita las vendas. Impresionante.

Paso a los actores. Sí, aquí hay varios. Henry Travers como doctor Cranley, William Harrigan haciendo de Kemp, Gloria Stuart como Flora o los ya mencionados Una O'Connor y E. E. Clive. Todos ellos muy bien, muy correctos y creíbles. Y, sí, antes de seguir, te confirmo lo que todo el mundo sabe aunque le sorprenda a más de uno: la rubia y joven Gloria Stuart es la anciana de la peli Titanic. Pues bien, es cierto que todos cumplen pero aquí hay uno que destaca por encima de todos por dos razones. En primer lugar, por su lenguaje corporal, que es muy expresivo. Segundo, y esto es algo que debes degustar con la versión original, por su voz. Y es que Claude Rains lo bordó, lo clavó de manera magistral como hombre invisible. Ten en cuanta que, encima, el tipo está TODA la cinta cubierto con vendajes y luciendo unas gafas de sol alucinantes pero, aún así, fue capaz de otorgar una personalidad al personaje que perdura hoy en día. Vale, al final sale pero muerto, el pobre. Todo un acierto y un trabajo impresionante que no deja impasible a nadie que vea la peli.

Por cierto, una cosa que siempre me ha parecido curiosa: un tipo inventa algo para volverse invisible. Vale, le sale mal pero el objetivo es... ¿pegarle un par de tiros? ¿No hubiera sido mejor capturarle vivo? En fin, frikadas mías...

Es todo. Decir que esta película es un clásico es lo mismo que decir que el agua moja. Esta, junto con otras producciones de la Universal, no solo definió a los monstruos clásicos; también marcó unas pautas a las futuras películas de terror que, aún hoy en día, siguen vigentes. Y yo, de manera totalmente personal, sigo diciendo que el encanto, la magia y la garra de estas producciones no las tienen las películas modernas. Será porque se fijan mucho más en los efectos especiales que en el hecho de inventar una historia original y saber contarla con fuerza, energía y mucho sentido del disfrute.

Vigilad el cielo.