El amo del mundo (Master of the world)
(1961)
Director:
William Witney
Guión :
Richard Matheson
Vincent Price
Charles Bronson
Henry Hull
Mery Webster
David Frankham
El
misterioso Robur posee una máquina voladora con la que planea llevar a cabo su
cruel venganza…
Esta
película es una mezcla de dos obras de Julio Verne: Robur, el conquistador y su secuela, El amo del mundo. Y, claro está, eso sólo puede traducirse de un
modo: aventuras. La cuestión, como siempre ocurre en este género, es ver cómo
se las apañaron para, con los medios de la época, reflejar dichas aventuras del
modo más vistoso posible. Lo que ocurre es que, al menos en este caso, Robur el
Conquistador no es que sea una de las obras más aventureras de Julio Verne (en
mi modesta opinión, de las más flojas y aburridas) Por ello, liarse la manta a
la cabeza para llevar “parte” de su argumento (lo de las comillas lo diré
después) a la pantalla grande quizás fuese complicado y, como suele ocurrir en
estos casos, se quitó mucho y se cambió más.
Pues
bien, estamos ante una película de aventuras muy propia de la época (se hizo en
1961) que, por cierto, no veía desde hacía años. Y debo decir que, a pesar de
las expectativas (sólo en nombre de Julio Verne ya asegura lo que a priori es
un producto, al menos, destacable) el resultado me ha dejado algo indiferente.
Pero, como nunca es bueno acelerar de golpe, vamos por pasos.
La
cinta arranca con una introducción que nos recuerda los intentos (patéticos) del
hombre por conquistar los cielos. Esto no está mal pero debo decir que se me ha
hecho demasiado largo. Una cosa es citar un par de casos y otra muy distinta es
prolongarse en algo que, a fin de cuentas, importa un comino al espectador.
Después de dicho prólogo (pesado como él solo), pasamos a la primera escena en
la que se nos deja claro qué es lo que sucede o puede suceder. Al grano, como
tiene que ser, ya que no tenemos lo que se dice un metraje muy largo por
delante como para perder el tiempo.
A
partir de aquí, acudimos al esquema típico de las películas de aventuras de
toda la vida: presentación de personajes (buenos muy buenos, malos algo
chiflados, los buenos deben detener al malo), conflicto en forma de nave
voladora y las adversidades por la que tienen que pasar los protagonistas para
salir del atolladero en el que andan metidos. No menos, pero tampoco más. Sí,
tenemos una secuencia más o menos cómica para aliviar tensiones con la que se nos
presenta a Henry Hull (el licántropo de El
lobo humano) discutiendo acerca de dónde colocar un propulsor (esto está
sacado de la novela) y un giro en la trama curioso cuando, más adelante, el
personaje de Bronson se pone del lado de Robur. Punto final. La película
transcurre de manera lineal, sin sorpresas, buscando un único objetivo:
entretener sin muchas pretensiones.
Los
actores me han parecido un poco acartonados, salvo el gran Vincent Price (cuyo
papel, quizás, podría haberse aprovechado un poquito más) y el anteriormente
nombrado Henry Hull, que queda muy bien de viejo cascarrabias e histriónico.
Por lo demás, Charles Bronson (sí, el tipo que, años después, se llevó por
delante a cuanto delincuente se le ponía por delante como justiciero callejero)
luce músculos pero su cara tiene la misma expresión de un ladrillo, es decir,
ninguna. Mary Webster, por su parte, aporta el toque femenino obligatorio, que
está metido a calzador, pero igual de seca y sosa que Bronson y David Frankham
más de lo mismo. Una pena porque la premisa de la película daba para mayor
lucimiento de todos ellos y, ya que han cambiando tanto, podían haber tirado un
poquito más para delante y haber aprovechado un pelín más el argumento.
Y,
si se trata de una película de Julio Verne, el toque fantástico está asegurado.
Aquí es cierto que no hay mucho pero lo poco que hay se centra en las tomas
aéreas del Albatros, la nave voladora del señor Robur y que huele a maqueta que
tumba. Y ese es uno de los factores que hacen que la cinta, en general, no haya
envejecido muy bien: los efectos cantan con voz de tenor, a lo que hay que
añadir la utilización descarada de imágenes de archivo en lo que a barcos y
explosiones se refiere. Eso, sin contar el efecto de pantalla detrás de los
actores para simular decorados (como cuando los pobres “invitados” son colgados
de una cuerda. Escena que, dicho sea de paso, se me hizo muy larga) Conste que
no lo señalo como algo necesariamente malo, no me interpretéis mal; sólo digo
que se ha quedado muy anclado en el tiempo pero, en fin, ahí queda…
Pues
eso ha sido todo. Una película que me ha dejado una impresión por encima de
todo: irregular y muy sosa. Tanto como el libro en el que está basada. Se ve
sin más y pasas un ratito más o menos divertido pero le falta gancho, emoción
y, en resumidas cuentas, aventura. Eso, además de resultar demasiado evidente
el calco de 20.000 leguas de viaje
submarino. Una pena porque, tratada de otra forma, quizás pudieron haber
hecho un producto diferente.
Por
cierto, lo de llevar “parte” de su argumento que decía al principio es porque,
en el libro, lo que ocurre es que dos personajes, Uncle Prudent y Phil Evans,
son secuestrados, junto con un criado llamado Frycollin (con el cual, al menos
yo, veo cierta vena racista pero que en esta peli se han saltado a la torera) y
todas las páginas del libro consisten en viajar a bordo del Álbatros y narrar
lo que ven los personajes y los distintos países por los que pasan. Dicho de
otra forma: ni deseos de gobernar el mundo, ni de destruirlo ni nada del
personaje de Dorothy Prudent. Al menos, repito, en Robur, el Conquistador. Si
algo de todo esto sale en El mo del mundo, su secuela, no puedo decirlo porque
no la he leído y creo que, si es que lo hago, tardaré mucho en hacerlo.
Vigilad
el cielo.
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