Dracula (Dracula)
(1979)
Director:
John Badham
Guión : W. D. Richter
Frank Langella
Laurence Olivier
Donald Pleasence
Kate Nelligan
Trevor Eve
Jan Francis
Un conde transilvano viaja a Londres para vivir en una extraña y vieja abadía. Pero alberga un secreto terrible que influirá a todos los que le conozcan…
Tratar de presentar una película de Dracula puede suponer algo superfluo. Todo el mundo ha oído hablar del personaje y no hay nadie que no tenga una idea clara de él: conde apuesto, colmillos de por medio y mucha, mucha maldad. Y el gran responsable de dicha imagen es el cine y las distintas imágenes que, a lo largo del tiempo y usando rostros de distintos actores, nos ha ofrecido del conde vampiro. Y es que las pantallas nos han dado muchas y muy variadas versiones (y no precisamente fieles) del personaje creado por Bram Stoker: desde la terrorífica Nosferatu, pasando por Dracula con el rostro de Bela Lugosi o los ojos inyectados en sangre de Christopher Lee. Por no hablar de la increíble caracterización de Gary Oldman. Y, entre todo eso, cosas tan curiosas como las protagonizadas por John Carradine, escarceos con karatecas variados o la inclusión del personaje en el western (sí, habéis leído bien)
Schreck |
Lee |
Pues
bien, la versión que hoy nos toca es un Dracula que aporta su granito de arena
a una imagen a la que no suele asociarse al conde pero que está ahí. Y, le pese
a quién le pese, esa es la romántica. Veamos…
Nada
más empezar contamos con una grata sorpresa: sentimos que la música tiene un
algo especial. Lo comprendemos cuando en los títulos vemos que el responsable
es John Williams, autor de La guerra de
las galaxias, Superman o Indiana Jones. Estupendo. Seguimos y, si nos
fijamos, vemos que esta obra no es una adaptación del libro original, si no de
una obra de gran éxito en Broadway escrita por Hamilton Deane y John L.
Balderston. Esto no es de sorprender porque lo mismo pasó con la versión de
1931 de Tod Browning. Una vez bien metidos en faena, acudimos a una noche
tormentosa en mitad del mar y un barco repleto de marineros muertos de miedo. Y
ahí se produce uno de los pocos momentos sangrientos: una mano destroza la
garganta a un pobre marinero que iba a arrojar una caja repleta de tierra al
mar. El barco llega a tierra y comenzamos a conocer a otros personajes.
Y aquí,comprendemos que, justo por tratarse de una adaptación basada
en una obra de teatro, en esta película nos vamos a encontrar con que todo está alterado con respecto a la obra
original. Para empezar, Jonathan Harker ama a Lucy, no a Mina. Esta resulta ser
hija de Van Helsing y Rendfield es un personaje casual que pasa por allí. El
único que mantiene el espíritu original es el doctor Seward, responsable del
manicomio. Y digo todo esto sin ánimo de atacar la cinta, ni mucho menos, ya
que, repito, lo mismo, a su modo, ocurrió con el Dracula de 1931 o con la
versión de 1958 de Terence Fisher. Y es que, en cuestión de fidelidad al texto
original, el Dracula de los cines es un caso raro, porque creo que no hay
versión que mantenga los elementos originales al cien por cien.
Una
cosa a tener en cuenta es la ambientación que reina en toda la cinta, muy bien
conseguida tanto en lo que se refiere al vestuario, muy de época, como a los
decorados. Destaco, sobre todo, la abadía de Dracula, imagen tradicional de
lugar abandonado, viejo, oscuro, derruido y repleto de telarañas (mirad la
escena en la que cena con Mina, todo repleto de velas y cómo hay una toma desde
el punto de vista de una tela de araña por la que vemos pasearse una araña
enorme)
Otro
detalle a favor es el uso del sonido para crear ambiente, recurso más que
atractivo pero cuya utilización no está muy explotada en las adaptaciones del
conde a la gran pantalla, ya que suele predominar lo visual-escatológico por
encima de cualquier otra cosa. Si nos fijamos bien, en esta película se usa de
manera muy acertada el aullido de los lobos de fondo para crear un ambiente de
cuento de terror a la antigua usanza; no tiene por qué dar miedo en absoluto
(una característica muy peculiar de esta peli, que ya comentaré más tarde)
pero, para mí, muy efectivo.
Y
llegamos al apartado de los actores. Aquí hay dos grupos: los experimentados,
con muchas tablas y mucha arte actoral por delante y luego, los más “jóvenes”
que los secundan. ¿Entre los primeros? Sin duda Donald Pleasence, que nos da un
doctor Seward muy convincente y natural. Y, cómo no, en este grupo hay que
hablar del más grande, nada menos que Lawrence Olivier interpretando al
profesor Van Helsing, el enemigo de Dracula. Aquí Olivier está ya muy mayor
pero, pese a todo eso, sigue destilando una naturalidad y un saber hacer
impresionantes a partes iguales. Y es que, el que vale, da igual los años que
le pesen. Y estos dos actores, para este humilde aficionado, valían y mucho.
Acompañándoles tenemos a Kate Nelligan como Lucy, Trevor Eve haciendo de
Jonathan, Jan Francis como Mina Van Helsing o Tony Haygarth como Renfield. Para
mí, todos ellos cumplen bien pero debo admitir que, como personajes en sí, los
de Harker y Rendfield me parecen un poquito descafeinados.
Y,
si de actores hay que hablar, mención especial debemos hacer a la estrella de
todo el asunto: Frank Langella como Dracula. Para el actor este papel no supuso
ninguna novedad, ni mucho menos. ¿La razón? Lo llevaba interpretando ya un
tiempo con mucho éxito nada menos que en los famosos escenarios de Broadway
durante 1978. Como actor de teatro, Langella no sólo se curtió a base de bien
(fue nominado a un Tony por interpretar al vampiro, premio que ya consiguió por
la obra Seascape) sino que adquirió
fama por hacer una versión muy sensual del personaje. De hecho, si investigamos
un mínimo acerca del mismo,
descubriremos que la palabras “sexy”, “atractivo” o “sensual” siempre van acompañadas
del nombre del actor cuando se habla de este papel (aspectos que quedaron
totalmente de lado en las anteriores interpretaciones de Lugosi, Lee o Schreck)
Interpretar a Dracula en el cine no sólo le dio mayor éxito, sino que le convirtió en una especia de sex symbol
asociado, sobre todo, al personaje. Para mí, Langella ofrece un buen Dracula.
¿Terrorífico? No mucho, la verdad, pero sí inquietante y misterioso. Fijaos en
que mantiene un rostro muy impasible pero expresivo a la vez y, además,
parpadea lo mínimo. Y sí, muy sexy el hombre. ¡Hay que admitir las cosas!
No
busquemos escenas truculentas o sangrientas en esta película porque no vamos a
encontrar muchas. Sí, hay una mano que desgarra una garganta al principio y
algún que otro vampiro pululando por ahí, pero no más. Y es que esta película
es más bien una historia de terror gótico (es decir, ambientación, trajes de
época, niebla rodeando todo, lobos aullando…) que de terror puro y duro, ese
que hace sentir mal al espectador. Aquí se puede decir que hay golpecitos de
efecto que, a mí, por lo menos, me han encantado: Langella reptando por las
pareces del castillo (efecto que vemos por primera vez en el cine), caballos
asustados detectando dónde hay un vampiro (¿referencia a Nosferatu?) o cierta vampira
muy bien maquillada que se encuentra con su padre (una de mis escenas
favoritas)
¿Cosas
mejorables? Alguna, claro. Una de las principales características que siempre
me han llamado la atención de esta peli es que está demasiado anclada en la
época en que se rodó, es decir, finales de los setenta. Eso se puede ver en los
peinados que luce a veces en amigo Langella, el de Harker, bigote por delante
o, en una de las escenas más famosas de la peli, la pseudo-psicodélica del
comienzo de la “aventura” amorosa entre Lucy y Dracula, llena de tomas
tumbadas, mucha niebla y, sobre todo, filtros de color naranja. Claro que dicha
escena a mí me gusta porque, al fin, vemos a la prota beber la sangre del pecho
del conde. Ah, y no busquéis colmillos porque no los hay. Se muerde, sí, pero
no más (aspecto que hace que muchos consideren esta versión un remake de la de
Lugosi, donde tampoco había colmillos. Bueno, es una teoría…)
Hay
quien considera que el mayor fallo de esta cinta es que predomina el
romanticismo por encima del terror. Sí, es cierto que, quizás, aquí hay mucho
ligoteo; mucho beso y poco mordisco. Pero, repito, a mí siempre me ha dado la
impresión de que la intención de esta cinta nunca fue el miedo, si no el golpe
de efecto en general. Claro que esta es mi teoría…
En
resumen, una película que recomiendo ver y que, debo admitir, me gusta mucho.
Quizás, precisamente, porque se sale de la norma y se diferencia de las
anteriores (y de muchas que han venido después) Una película de factura
elegante muy bien llevada e interpretada que demuestra, al menos para este que
escribe, que, sin necesidad de escenas desagradables ni sangre que salpique al
personal, se puede contar una historia intrigante llena de misterio y pasión a
parte iguales.
Langella en todo su esplendor |
Os animo a verla; merece la hora y cuarenta y nueve minutos que dura.
¡Saludos
vampíricos!
Curiosidades:
-John
Badham, el director, fue el responsable de Fiebre
del sábado noche y de otros hits de los ochenta como Cortocircuito o Juegos
de guerra.
-En
su época, la peli de Dracula más cara jamás filmada.
-Si
veis la peli descubriréis que el color es muy tenue. Y es que el director quiso
rodarla en blanco y negro (cosa que creo que la haría ganar mucho) pero el
estudio dijo que no y se filmó de manera muy colorida utilizando el Technicolor.
Badham se tomó la revancha cuando la peli salió en laser disc allá por 1991 y
eliminó casi toda la paleta cromática. Por eso la película parece a veces en
blanco y negro.
-Me
acabo de enterar que, para interpretar al conde, se barajaron nombres como
Clint Eastwood o Harrison Ford. ¿Os los imagináis? A mí me cuesta…
-La
película no terminó de funcionar bien en taquilla. Sólo con los años se ha
convertido de mera curiosidad a status casi de “película de culto”
-Esta
cinta es algo curiosa por el efecto que produce: o te gusta mucho o la odias.
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