(1945)
Director: Robert Wise
Guión :
Philip MacDonald, Carlos Keith
Boris Karloff
Henry Daniell
Bela Lugosi
Rita Corday
Russel Wade
Un
médico se dedica a enseñar a futuros doctores. Para ello, tiene tratos con el
inquietante señor Gray, que lleva a cabo una más que detestable tarea para el
doctor…
Vamos
allá con una peliculita que está incluida por muchos dentro del género de serie
B y, por tanto, quizás no a la altura de otros títulos celebérrimos del género
de terror. No obstante, y a pesar de ello, no deja de ser toda una joya para
los que disfrutamos de este tipo de cine. Vamos allá…
La
cinta no parte de un guión original, sino que es una adaptación de un relato de
Robert Louis Stevenson llamado “Los ladrones
de cadáveres” y que escribió allá por 1864. Hay que admitir que ya, de
entrada, el título promete.
La maldad hecha rostro... |
Es
curioso cómo con tan poco (esto es un decir, ya que la historia que tiene de
base es más que destacable) se puede hacer tanto. Lo primero que llama la
atención es la buena ambientación en lo que se refiere a vestuario, atrezzo y
demás localizaciones que vemos en la pantalla, mostrando el Edimburgo de 1831
con gran veracidad y aportando a toda la cinta un aire de cuento de terror más
que destacable, creando una atmósfera oscura y tétrica que es la marca de
fábrica de la película. Ahora bien, después de meternos en situación, acudimos
a la trama principal sin miramientos. Y es que, sabido es por todos que, por
aquella época, las películas no se andaban por las ramas e iban a lo que iban
(ya podían aprender muchas de las modernas). Esta cinta no es ninguna excepción
y, por eso, nada más presentar a los personajes que encarnan a los doctores
protagonistas, en seguida salta el quid de la cuestión cuando aparece en escena
el gran Boris Karloff, un irrepetible icono del terror que aquí muestra lo bien
que se movía en ambientes góticos y grotescos y que es el principal responsable
de que se le ponga a esta historia la coletilla de “película de terror”. Y es que el amigo Karloff borda la
interpretación de un personaje despreciable y malvado como pocos pero que, en
el fondo, tiene una historia y un motivo por el que actuar. No es necesario que
haya monstruos de por medio; algunos personajes, por humanos y mundanos, pueden
resultar más monstruosos que cualquier criatura salida de la más horrenda de
las pesadillas. Y aquí, el amigo Karloff da pruebas de que, cuando sonreía,
podía ser más que demoníaco sin necesidad de tener el rostro lleno de
maquillaje y electrodos a ambos lados del cuello. ¡Qué grande!
Y
es que todos los actores, y no sólo el ya nombrado Boris, están más que bien en
esta película. Henry Daniell como el atormentado (¿y también algo malvado? Eso
ya va en los gustos de cada uno, pero lo dejo en el aire…) doctor McFarlane
está muy convincente con ese rostro severo, impenetrable, al que le da igual
dirigirse a un asesino, hablar con un criado algo siniestro o tratar a una
niñita inválida. Su mirada y ademanes
gélidos le hacen estar muy cerca de Karlof en un duelo interpretativo más que
recomendable.
A cual peor... |
Y, cómo no, si hay una razón para recordar
esta cinta es que, aparte de ponerle la etiqueta de “película de terror”,
también podemos ponerle otra no menos atractiva: la de “una peli de Boris
Karloff y Bela Lugosi” Sí, amigos vigilantes; el gran Bela también sale aquí, a
pesar de que su papel, Joseph, es un mero comparsa, un personaje secundario sin
más ni más que pasa un tanto desapercibido en el conjunto pero que tiene el
honor de ser el protagonista de una de las poquísimas muertes que podemos ver
en esta película (a pesar del título que lleva) Y recalco lo de “ver en esta película”,
ya que muertes hay, pero muchas, más que nada, se intuyen. Con todo, sólo la
gozada de ver a estos dos titanes del cine de terror compartiendo escena y plano,
ya merece que esta cinta se disfrute (aún) más. Luego tenemos a Russel Wade
como doctor Fettes que cumple su cometido y ya está. Esto sin menospreciarle pero
aquí los que llevan el timón son Daniell y Karloff. Y, como no puede ser de
otra forma, seas malvado o siniestro (o un poco de ambos), debes tener a una
enamorada paciente y resignada, interpretada aquí por Rita Corday.
Y,
como siempre sucede, no hay personajes buenos que no tengan su dosis de frases
memorables. Aquí hay unas cuantas:
“Ese hombre es el mismo diablo” (Sí,
se refiere a Karloff)
“…Me enseñaba las matemáticas de la anatomía
pero la poesía de la medicina no” (Esta perla va para
Daniell)
Uno
lee el sugerente título y puede esperarse cualquier cosa morbosa y
desagradable, ¿verdad? Pues bien, no es
así. Como dije antes, la sutileza es una de las características de esta cinta
y, para mí, es algo que le hace ganar un buen puñado de puntos a los que ya
tiene de por sí. No busquemos escenas truculentas. Si se sabe y se tiene el
buen hacer suficiente, dice mucho más oír a una pobre chica ciega cantar una
triste melodía para luego callarse para siempre o la sombra del enigmático
Karloff en la tapia de un cementerio cavar una tumba (y cargarse a palazos a un
perro) ¡Chapeau! Aquí os lo dejo para que lo veáis:
Escena de la ciega
Escena del cementerio
En
lo que se refiere a la historia, está muy bien hilvanada, manteniendo el toque
y equilibrio exactos de interés y misterio que se van revelando a través de
enigmáticas conversaciones entre Gray y McFralane que hacen que, aunque la
bruma que rodea a los personajes no se desvele hasta bien entrado el metraje, el
espectador se repantingue en el sillón sin despegar los ojos de la pantalla.
Como ya he dicho muchas veces, ¿qué más se puede pedir a una película?
Y,
por supuesto, un buen par de golpes de efecto, como la pelea final mostrando
los cuerpos a través de sombras en la pared mientras un gato asustado les
contempla con los pelos de punta (detallitos que hoy día no se llevan pero...
¡qué bien quedan!) o la agobiante escena final de McFarlane en el carro, una de
las más famosas de esta cinta.
Pues
hasta aquí hemos llegado hoy. Como puede verse, a mi me ha encantado y así lo digo.
Repito que, quizás, no tuvo muchos medios o presupuesto de cara al rodaje pero
hay que admitir que se las apañaron pero que muy bien con los que dispusieron.
Una cinta sencillita, sin escenas espectaculares ni sangrientas pero que,
precisamente por ello, resulta tan agradable de ver, rodeada por una cosa que
pesa sobre todo lo demás: una buena historia muy bien llevada.
Dadle
una oportunidad y disfrutadla; sus
setenta y siete minutos no tienen desperdicio alguno.
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