
La mosca.
The fly.
1958
Director: Kurt Neumann.
Guión: James Clavell, George Langelaan.
Al Hedison.
Patricia Owens.
Vinent Price.
Herbert Marshall.
Un científico inventa la cámara del teletransporte. Cuando la prueba consigo mismo, una mosca se cuela en su cabina...
Vamos allá con otro clásico del cine de terror, una
de esas películas en la que se juntaron una serie de elementos claves tan bien
orquestados que dieron como resultado eso: un mito, una película excepcional y
todo un ejemplo a seguir en el género.
Lo primero que siempre me ha llamado la atención de
esta cinta es la historia. Hay que ser sinceros: inventarte que un tipo crea el
teletransporte, lo prueba consigo mismo, no ve que una mosca se mete en su
cabina y que por ello insecto y tipo mezclan cuerpos me parece una genialidad.
Por una vez, dejamos de lado la figura del monstruo mítico que solo quiere
matar o defenderse porque sí. De hecho, lo que tenemos por delante en cada uno
de los gloriosos segundos de metraje es la historia de un accidente. Enorme y desastroso,
pero, a fin de cuentas, un accidente. Esto hace que, una vez que ves la peli te
plantees una duda muy considerable: ¿estamos viendo una película de terror o un
drama de proporciones bestiales? Quizás, en manos de otros, hubieran cogido la
trama y hubieran hecho lo típico: el protagonista se convierte en una mosca que
empieza a matar a todo el mundo y hay que acabar con ella. Por suerte, no lo
hicieron.

Otra de las características sobresaliente de la
cinta es la aparente parsimonia con que el guión se toma las cosas que hace que
el conjunto tenga ese ritmo pausado que tan bien le viene. Vale, la escena
inicial es demoledora con la muerte de Andre pero, a partir de ahí, todo se
ralentiza y pone a disposición del espectador una trama y personajes para que
los deguste sin prisas. Fijaos que sabemos en lo que trabaja Andre en el minuto
veintiocho. Conocemos el accidente fatal en el cincuenta y uno y la mosca no
sale como tal hasta el minuto setenta y tres. Con esto quiero dejar claro que si vas a ver esta peli
con la intención de darte un festín sangriento a costa del monstruo de turno
vas a llevarte una sorpresa, pero de las buenas.
La película tiene unas cuantas escenas para la
historia que me gustaría recordar. Para empezar, un detalle que me encanta.
Cómo, en determinados momentos, siempre sale a colación el zumbido de una mosca
o cómo Helene, antes de decir todo lo que sabe, pierde los papeles cada vez que
ve u oye volar una.
Pero, sin duda, mi escena favorita es el
espectacular final. Lo admito: la primera vez que lo vi me quedé flipado y, a
pesar de que he visto esta peli cientos de veces, sigue produciendo en mí el
mismo efecto. Me refiero, claro, a la mosca atrapada en la tela de araña con la
cara y brazos de Andre. Atentos que, minutos antes, cuando François está con la
mirada perdida sentado en el banco esperando que se lleven a su amada Helene ya
se oye una vocecita que pide socorro, es decir, ya nos pone en la antesala de
lo que va a ocurrir. Pero esta escena final, el rostro de Andre lleno de terror
ante la perspectiva de ser comido por una araña es absolutamente escalofriante
y, desde luego, genial.

Paso a los actores. David Hedison está muy creíble
en su papel de científico sabio y, a su modo, chiflado. Cae bien y, encima,
causa pena por lo que sabes que le va a pasar. Patricia Owens me gusta mucho
pues refleja muy bien los altibajos del personaje. Vincent Price es Vincent
Price y, aunque aquí haga de bueno y enamorado, lo borda. Herbert Marshall como
inspector Charas queda bastante creíble.


Como puede verse, poquitos actores y muy bien
avenidos.
Poco más puedo decir. Esta película hay que verla
porque pertenece a ese tipo de cine que ya no se hace. Pudieron haber caído en
lo fácil, es decir, en escenas truculentas, transformaciones inquietantes o en
una mosca gigante que se escapa del laboratorio y se empieza a merendar al
personal. Pero, no; optaron por un drama tremendo que ya, desde la primera
escena, te adelanta lo que va a pasar pero no por ello pierde un ápice de
interés. Esa es la diferencia de estas producciones con respecto a las de ahora:
un buen guión, sólido, estructurado, donde se alternan momentos de angustia y
drama con el trasfondo fantástico gobernando todo poder sin llegar a eclipsar
nada de lo anterior.
Hollywood, qué grande llegaste a ser.
La cinta tuvo un remake en 1986 de la mano de David
Cronenberg con Jeff Goldblum. Y, ahora sí, con mucho maquillaje y mucha
transformación.
Vigilad el cielo.

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