La maldición de Frankenstein (The curse of Frankenstein)
(1957)
Director: Terence Fisher
Guión : Jimmy
Sangster
Peter Cushing
Christopher Lee
Hazel Court
Robert Urquhart
A
las puertas de su ejecución, el barón Frankenstein relata su turbia historia a un
sacerdote…
Vamos
allá con una joyita salida de aquel bazar de sorpresas que fue la Hammer y que
tantos buenos ratos brindó (y brinda) a los aficionados al género de terror
gótico y fantástico en general.
La maldición de Frankenstein
es una adaptación muy libre de la famosa novela escrita por Mary Shelley y que
allá por 1932 tuvo su máxima eclosión en forma de película de la Universal con
el rostro de Boris Karloff. No obstante, a pesar de que el atractivo del
monstruo (así como otros tales como Drácula, la momia o el hombre-lobo) duró
unos años, es cierto que la magia y, sobre todo, la seriedad del mismo, se
diluyó a lo largo de los años cuarenta y parte de los cincuenta haciéndole
participar en comedias con Abbot y Costello al frente o mezclándolo con otros
personajes de la misma línea. Fue la productora inglesa Hammer la que se
encargó de resucitar y revisitar todos estos iconos del terror desde otra perspectiva
pero conservando la esencia del original.
La
película que hoy nos toca va a ir directa al grano, sin concesiones ni largas
introducciones. Nada más empezar, oímos las campanas tristes sonar al fondo
mientras un sacerdote se dispone a visitar una prisión, un modo estupendo de
meter al espectador en faena. Ahí conocemos al barón Frankenstein esperando
en una celda para ser ejecutado (“…En una
hora estaré muerto…”) y ya se nos deja clara otra cosa: si esperas ver un
remake de la versión del treinta y dos vas a llevarte una sorpresa (pero de las
buenas) porque, como dije antes, esta es una versión muy libre de la novela y
que no va a esclavizarse a la película en blanco y negro de la Universal. A
partir de aquí, acudimos a un flash-back en el que va a tomar forma el cuerpo
de la película y asistiremos a la truculenta historia del barón.
La
película, para mí, es un cúmulo de puntos a favor, uno tras otro, que hacen de
ella un espectáculo desde que empieza hasta que termina. Veamos…
Comencemos
por la ambientación de época. Si hay algo que destaque de la cinta (además de
otras muchas cosas, claro) es lo cuidada que está y cuyo protagonismo es
evidente a lo largo de todo el metraje. Los trajes, vestidos, mobiliario y atmósfera
en general están muy bien y recrean el momento en el que la historia está
situada, mostrando algo que será la marca de fábrica de la Hammer y que hará
que se la recuerde como unos de los mejores ejemplos de terror gótico que se
han hecho nunca. Cosa curiosa: si nos fijamos, gran parte de la peli sucede en
interiores, bien sean en forma de laboratorios, cárceles o de salones de la
mansión del barón pero, salvo escenas contadas (el robo del cuerpo del ladrón
muerto, la persecución del monstruo y poco más), todo sucede de puertas para
dentro. Y, lo que es mejor, ni se nota ni es un inconveniente. Es lo que tiene
tener un guión que te atrapa desde que empieza hasta que termina.
Otra
cosa que sí me gustaría señalar es la sutileza del cine en aquellos tiempos y
que se puede apreciar con claridad en esta cinta. Veamos, si hoy se hiciera una
versión del mito de Frankenstein (y se han hecho, claro. Recordad la de Kenneth
Brannag no hace mucho) sería una excusa perfecta para dar rienda suelta a la
casquería más variada y truculenta. No obstante, observad cómo en esta
maldición que hoy nos toca todo, o casi todo, se sugiere de forma tan magistral
que hace que no apartes los ojos de la pantalla. ¿Ejemplos? Varios: no vemos al
ladrón ahorcado, pero sí su silueta recortada sobre el cielo nocturno; a través
de diálogos, se nos dice qué va a hacer el buen barón (quitarle la cabeza,
porque no le sirve) y le vemos trabajar, pero no asistimos a la carnicería.
Entrevemos cerebros en tarros de cristal y sí, algún que otro ojo o manos
cortadas pero, por encima de todo, se sugiere sin necesidad de mostrar. Y si la
criatura se encuentra con un pobre ciego, es obvio que suponemos lo que va a
suceder, pero, ¿para qué verlo? ¿No es ese un modo de mantener el interés del
espectador? Pues eso…
Los
personajes (que no hay muchos, por cierto), están perfectamente definidos y muy
bien llevados por los actores que los interpretan. Robert Urquhart como Paul
Krempe está muy bien, siendo la típica voz de la razón, la moralidad y el perfecto
paradigma de la buena persona: sabe cuándo frenar y cuándo decir basta. Todo lo
contrario que su pupilo. Hazel Court es Elisabeth, la sufrida prometida del
barón y toque femenino al canto. Y los dos mejores para el final: Christopher
Lee nos regala una estupenda criatura, a camino entre malvada y desamparada, de
andares inseguros (fijaos en la escena de la segunda intervención, cuando
Cushing le medio afeita la cabeza y está tirado en el suelo cual piltrafa
“humana”) en cuyo rostro puede apreciarse cierto gesto de pena (salvo cuando le sale la vena asesina, claro)
Y el mejor para el final: el gran Peter Cushing. Aquí el amigo se mueve como
pez en el agua, bordando un personaje tan siniestro, inteligente y mujeriego
como malvado y horroroso pero que mantiene a la perfección el protagonismo de
la cinta. Cada palabra, cada gesto, cada acto que realiza lo define como lo que
es: el gran villano de la peli. En el barón no hay lugar para remordimientos ni
sentimientos de culpa (algo patente en la versión de 1932), cosa que Cushing
refleja a la perfección.
¿Y
el monstruo qué tal? Seamos sinceros: decir Frankenstein es invocar la imagen
de Boris Karloff. Eso ha sido, es y será así. No obstante, hay que señalar que,
mientras en la cinta de Whale el protagonista absoluto era el monstruo, aquí no
ocurre lo mismo ya que quien se lleva casi toda la importancia es el barón. Por
supuesto que la criatura interpretada por Lee tiene importancia, claro, pero no
tanta como el personaje de Cushing. De hecho, si prestamos atención, los
minutos en pantalla de la creación no son muchos y tampoco es que tenga tantos
momentos de lucimiento (de hecho sus crímenes no salen y hay que admitir
algunos son inducidos por el propio barón, como el caso de Justine y su hijo)
porque es más un factor secundario que otra cosa. Por suerte, fueron lo
suficientemente listos como para no dejarse arrastrar por la imagen de Karloff
y el maquillaje de Pierce en el treinta y dos y aquí nos ofrecieron un monstruo
que tira más a una imagen de cuerpo en descomposición (buen maquillaje el del
rostro) que a alguien hecho a base de recortes y trozos de otras personas. Como
nota personal, debo decir que Lee, con su estatura, abrigo negro y físico
espigado incluso me ha recordado en ciertos momentos a una extraña mezcla entre el Nosferatu de Murnau y el protagonista de El gabinete del doctor Caligari.
¿Golpes
de efecto? Varios. Destaco, sin duda, el momento en el que vemos a la criatura
por primera vez y se quita la máscara (¿hay cierto efecto de cámara rápida
ahí?), el final de la misma en el tanque de ácido que aporta el secretismo
absoluto de lo que ha ocurrido o, uno que me encanta y era muy propio de la
Hammer: terminar la película con los títulos de crédito mientras la acción
sigue. En este caso, se trata de la preparación de la guillotina mientras
Frankenstein es llevado a su destino final.
Como
puede deducirse de todo lo que he escrito, me encanta esta peli. Toda una
joyita del género, un notable ejemplo de buen hacer con un buen guión, una
dirección más que destacable y unos actores metidos hasta las cejas en sus
papeles. Todo ello tenía que dar un buen producto sí o sí y eso fue justo lo
que ocurrió. Por supuesto, os recomiendo verla; merecen la pena todos y cada
uno de los casi noventa que dura.
Como
curiosidades, comentaros que…
…El
éxito de las diabluras del barón dio como resultado un resurgir del género de
terror de corte gótico utilizando personajes clásicos y el director, Terence
Fisher tuvo mucho que ver en esto, ya que participó en la revisión de Drácula o
el Hombre lobo.
…Al
año siguiente, en 1958, Fisher escogió a Lee y Cushing para otra joya de muchos
quilates: Drácula (Horror of
Dracula), dando lugar a otra leyenda.
…Lee
y Cushing cimentaron su amistad con esta peli. La comenzaron del modo menos
terrorífico: apostando cuál de los dos imitaba mejor a los personajes de Loony
Tunes, es decir, Bugs Bunny y compañía. Lo dicho, menos terrorífico imposible.
…Las
barbaridades del barón Frankenstein gustaron, y mucho. De hecho, dieron lugar a
una saga protagonizada por Cushing pero espaciada en el tiempo, a saber: El castigo de Frankenstein (1964), Frankenstein creó a la mujer (1967), El cerebro de Frankenstein (1969) y Frankenstein y el monstruo del infierno (1974)
¡Seguid
vigilando el cielo y gracias por leerme!
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