(1957)
Director: Fred F. Sears
Guión : Samuel
Newman, Paul Gangelin
Jeff Morrow
Mara Corday
Morris Ankrum
El cielo se ve
surcado por una extraña y gigantesca ave que siembra el terror…
Cualquier
aficionado a esas peliculillas que marcaron el espíritu de la ciencia ficción
allá por los cincuenta sabe que puedes encontrarte con tres grupos. Por un
lado, las obras maestras (Planeta
prohibido, El enigma de otro mundo). Luego vienen las regularcitas, las que
ves y ya (La semilla del espacio).
Y, por último, esas que, dentro de los márgenes del género, resultan una
extraña mezcla entre cutre, curiosa y, en definitiva, un espectáculo difícil de
calificar y que tienen un par de momentos que, para bien o para mal, se te quedan a fuego en la memoria.
Pues
esta garra gigantesca espacial es un ejemplo del último grupo, un producto
cincuentero que tiene ese aire cutrecillo a pesar de las buenas intenciones
iniciales que hace que, cuando lo ves, se te dibuje cierta sonrisa en los
labios mientras asistes a un cúmulo gigantesco de situaciones raras que rozan lo delirante.
Comenzamos
por la dramática introducción de un narrador en off con una voz más dramática
aún. ¡Alarma! Casi por norma, cuando hay narrador serio de por medio, la peli
acaba siendo un sucedáneo de ralladura mental. Pero hay que decir que este no
sólo te introduce el tema, no. Hasta te dice lo que hacen los personajes que
van a ser los protas, a qué se dedican
y, lo que es más curioso, qué piensan…
Un modo estupendo de ahorrarse diálogo, creo.
Y
así, asistimos al primer avistamiento de algo desconocido y, por ende, a la
primera de las situaciones raras de la cinta que te hacen pensar en el
despiporre que tienes por delante: el prota, Mitch (Jeff Morrow), comunica a la
base que ha visto un objeto volante no identificado. ¿Qué hacen los militares
de turno? Como no pueden confirmarlo porque ellos no han visto nada, le
sueltan una bronca mayúscula cuando regresa acusándole de gastar bromas. Y es
que, si un piloto te dice que ve un ovni y tú no lo ves, eso quiere decir que
el otro bromea sin necesidad de darle un margen de duda.
Pero
el Mitch es duro y no se deja llevar: se monta en un avión y asistimos a una
demostración de cómo ligar surcando las nubes. Tan inspirado está que, en mitad
del ligoteo con Sally, la matemática (Mara Corday), descubre DE GOLPE, la ruta
en espiral (ahí queda eso) del objeto volador no identificado por el que se ha
llevado la bronca. Eso sí, con la ayuda de un periódico que, casualidades de la
vida, alguien ha dejado abandonado en mitad del avión con la noticia que
importa al amigo piloto (nota: ¿cómo se han hecho eco los periódicos si ni los
militares se lo han creído? ¿No sería motivo para conceder el beneficio de la duda al prota? Pues no) Luego, una escena más bien larga con metáforas de
beisbol y amor incluidas para que el ligoteo siga. Y es que, el que no liga, es
porque no quiere.
Y,
al fin, vemos al bicho alado en cuestión. Observad la foto del colega:
Sí. Tiene aspecto de teleñeco cabreado con ojos de psicópata salido e incluye una cresta en la cabeza y un pico que posee dos orificios nasales que se hinchan que da gusto, además de dientes varios. No hay que darle vueltas, amigos: el monstruo
es feo con avaricia, cutre y su mirada descolocada te da ganas de reír pero
eran los medios de la época y sus correspondientes presupuestos ínfimos. Por
eso, la marioneta canta que da gusto y es obvio que está colgada de hilos sobre
una pantalla que hace el efecto del movimiento. He ahí que unas veces mueva las
alas y otras no. Y ya se hacía de rogar porque, después de mucho diálogo y
manchas que surcan la pantalla a toda velocidad, ya era hora de ver el centro
del problema.
No obstante, aquí asistimos a una escena que
me gusta mucho y que suele ser famosilla dentro del género. Dad un vistazo a
esto:
Todo
esto podría resultar salvable, e incluso divertido, si el modo de llevar
adelante la historia fuera seria, es decir, coherente o aceptando con humildad
los recursos de los que disponían y moviéndose en el margen que estos pudieran
permitir. Todos sabemos que hay películas que, con muy poco, fueron capaces de
contar mucho. Lo malo es que, en esta cinta, la palabra “seria” trata de
manifestarse a través de unas situaciones y diálogos, que rozan lo absurdo.
¿Ejemplos? Tantos como plumas tiene el bicho volador: un piloto ataca al pájaro
y narra todo por radio, contando cómo sus hombres son masacrados uno tras otro.
¿Qué hacen en la base cuando escuchan que al pobre desgraciado le va a llegar
el turno? Apagan la radio para no oírlo.
Y es que ojos que no ven (y orejas que no oyen), corazón que no siente. Y se
olvidan de él… Luego tenemos las tomas estáticas del pajarito detectado por
satélite y vemos que en una de ellas mira a la cámara. Será que, aunque seas
feo, si hay que posar, se posa. Ah, y atentos: saben de dónde viene y qué es en
realidad estudiando los restos de un avión atacado ¡Ahí es nada…! Y, por
supuesto, analizando una pluma del bicho, deducen que está hecho de antimateria
(mira tú, lo mismo que dio quebraderos de cabeza a los protas de Angeles y demonios) y claro, la galaxia de la que procede está
hecha de de la misma sustancia. ¿Qué puede hacer o decir el mandamás militar ante
semejante derroche explicativo? Pues se lamenta porque no se tiene línea con un
cura para recibir ayuda de alguien de los cielos. Y aquí paz y después gloria
(nunca mejor dicho). Todo esto, con unas buenas dosis de los discursos del
narrador en mitad de todo. Ah, y que no se nos olvide: la novia del prota
descubre así, porque sí, que el pájaro no para de volar porque busca hacer un
nido. Y es que todos los personajes en esta cinta están de un inspirado que
tumban.
Pero, como dije antes, lo más destacado de la película es el afán de mezclar el toque fantástico con la más intelectual de la ciencia moderna y, para ello, recurre a usar diálogos científicos llenos de vocabulario técnico y enrevesado para exponer las explicaciones más retorcidas. Atentos; sé que es largo de ller pero no tiene desperdicio:
El
prota, Mitch, descubre un rastro de algo llamado u-mesón con núcleo de hidrógeno con electrones que gravitan
alrededor del núcleo a distancia inferior a la habitual
(Tomemos aire)
(Tomemos aire)
Pero
es tan pequeño que puede atravesar la barrera de electrones de un átomo
ordinario y fusionarse con su núcleo en átomos de materia… ¡o antimateria!
(Volvemos
a tomar aire. Yo mismo lo estoy escribiendo copiándome de los diálogos de la
peli y reconozco que no sé qué demonios estoy escribiendo)
Si
pueden bombardear la barrera de antimateria del bicho con átomos mésicos, ¡podrían
derribar su barrera! ¡Sí! ¡Podrían bombardearlo o usar, si quieren, en palabras
del iluminado piloto “el fregadero de la cocina” “¡Nos sobran fregaderos!”,
responde orgulloso el general (Morris Ankrum. Sí, este diálogo es de traca pero ahí queda)
Todo
esto, repito, de golpe y porque sí. Y, lo digo de nuevo, el amigo es piloto (y
todos los científicos del ejército (lo de todos es relativo porque sale uno),
deben de ser tontos de baba integrales por no caer en algo tan básico) Eso sí,
luego el narrador nos cuenta todos los fallos que tienen al experimentar. Menos
mal que Mitch descubre la solución pero, como sus amigos dormían, prefiere
decírselo en forma de explosión en mitad del laboratorio (lo que acabáis de
leer es real, aunque cueste creerlo)
Por
fin, luego asistimos a un ataque en toda escala del ave alienígena y vemos una
toma bastante curiosa del mismo subido al Empire State mientras despliega sus
alas en todo su esplendor.
En
fin, por todo lo dicho (y he dicho mucho, siento los spoilers) sólo puedo decir
que esta peliculita parte de una premisa más o menos interesante pero, cuando
remonta el vuelo (agudo juego de palabras) no sabe muy bien qué rumbo tomar y
se acaba estrellando con todo el equipo. Quizás un guión mejor, unas escenas más trabajadas y, desde luego, una producción mejor hubieran dado otro resultado. Para mí, se ve y se olvida sin más.
Eso sí, del bicho te acordarás durante mucho tiempo.
Como
curiosidades:
En
un principio, según parece, el maestro Ray Harryhausen iba a hacer los efectos
especiales, cosa que hubiera dado como resultado una cinta completamente
distinta a lo que surgió al final. Cuando el presupuesto se disparó, el
productor, poco amigo de gastos, encargó el bicho volador a un estudio de
México. El resultado fue el que podréis ver si os animáis a dar un vistazo a la
peli.
El
día del estreno, el actor protagonista, Jeff Morrow, se vio obligado a dejar la
sala de cine. ¿El motivo? Las carcajadas que soltaba el público cada vez que el
ave alienígena aparecía en pantalla. Pobre hombre.
Pues... ¡vigilad el cielo!
Pues... ¡vigilad el cielo!
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