miércoles, 18 de abril de 2012

La garra gigante

La garra gigante (The giant claw)
(1957)
Director: Fred F. Sears
Guión   : Samuel Newman, Paul Gangelin

Jeff Morrow
Mara Corday
Morris Ankrum 










El cielo se ve surcado por una extraña y gigantesca ave que siembra el terror…

Cualquier aficionado a esas peliculillas que marcaron el espíritu de la ciencia ficción allá por los cincuenta sabe que puedes encontrarte con tres grupos. Por un lado, las obras maestras (Planeta prohibido, El enigma de otro mundo). Luego vienen las regularcitas, las que ves y ya (La semilla del espacio). Y, por último, esas que, dentro de los márgenes del género, resultan una extraña mezcla entre cutre, curiosa y, en definitiva, un espectáculo difícil de calificar y que tienen un par de momentos que, para bien o para mal, se te quedan a fuego en la memoria.
Pues esta garra gigantesca espacial es un ejemplo del último grupo, un producto cincuentero que tiene ese aire cutrecillo a pesar de las buenas intenciones iniciales que hace que, cuando lo ves, se te dibuje cierta sonrisa en los labios mientras asistes a un cúmulo gigantesco de situaciones raras que rozan lo delirante.
Comenzamos por la dramática introducción de un narrador en off con una voz más dramática aún. ¡Alarma! Casi por norma, cuando hay narrador serio de por medio, la peli acaba siendo un sucedáneo de ralladura mental. Pero hay que decir que este no sólo te introduce el tema, no. Hasta te dice lo que hacen los personajes que van a ser los protas,  a qué se dedican y, lo que es más curioso,  qué piensan… Un modo estupendo de ahorrarse diálogo, creo.
Y así, asistimos al primer avistamiento de algo desconocido y, por ende, a la primera de las situaciones raras de la cinta que te hacen pensar en el despiporre que tienes por delante: el prota, Mitch (Jeff Morrow), comunica a la base que ha visto un objeto volante no identificado. ¿Qué hacen los militares de turno? Como no pueden confirmarlo porque ellos no han visto nada, le sueltan una bronca mayúscula cuando regresa acusándole de gastar bromas. Y es que, si un piloto te dice que ve un ovni y tú no lo ves, eso quiere decir que el otro bromea sin necesidad de darle un margen de duda.
Pero el Mitch es duro y no se deja llevar: se monta en un avión y asistimos a una demostración de cómo ligar surcando las nubes. Tan inspirado está que, en mitad del ligoteo con Sally, la matemática (Mara Corday), descubre DE GOLPE, la ruta en espiral (ahí queda eso) del objeto volador no identificado por el que se ha llevado la bronca. Eso sí, con la ayuda de un periódico que, casualidades de la vida, alguien ha dejado abandonado en mitad del avión con la noticia que importa al amigo piloto (nota: ¿cómo se han hecho eco los periódicos si ni los militares se lo han creído? ¿No sería motivo para conceder el beneficio de la duda al prota? Pues no) Luego, una escena más bien larga con metáforas de beisbol y amor incluidas para que el ligoteo siga. Y es que, el que no liga, es porque no quiere.
Y, al fin, vemos al bicho alado en cuestión. Observad la foto del colega:


 Sí. Tiene aspecto de teleñeco cabreado con ojos de psicópata salido e incluye una cresta en la cabeza y un pico que posee dos orificios nasales que se hinchan que da gusto, además de dientes varios. No hay que darle vueltas, amigos: el monstruo es feo con avaricia, cutre y su mirada descolocada te da ganas de reír pero eran los medios de la época y sus correspondientes presupuestos ínfimos. Por eso, la marioneta canta que da gusto y es obvio que está colgada de hilos sobre una pantalla que hace el efecto del movimiento. He ahí que unas veces mueva las alas y otras no. Y ya se hacía de rogar porque, después de mucho diálogo y manchas que surcan la pantalla a toda velocidad, ya era hora de ver el centro del problema.
 No obstante, aquí asistimos a una escena que me gusta mucho y que suele ser famosilla dentro del género. Dad un vistazo a esto:


 Y así sabemos que, además de fea y cabreada, la criatura también debe alimentarse. Y es que, vengas de dónde vengas, sea cómo seas, las ganas de comer son las ganas de comer.         
Todo esto podría resultar salvable, e incluso divertido, si el modo de llevar adelante la historia fuera seria, es decir, coherente o aceptando con humildad los recursos de los que disponían y moviéndose en el margen que estos pudieran permitir. Todos sabemos que hay películas que, con muy poco, fueron capaces de contar mucho. Lo malo es que, en esta cinta, la palabra “seria” trata de manifestarse a través de unas situaciones y diálogos, que rozan lo absurdo. ¿Ejemplos? Tantos como plumas tiene el bicho volador: un piloto ataca al pájaro y narra todo por radio, contando cómo sus hombres son masacrados uno tras otro. ¿Qué hacen en la base cuando escuchan que al pobre desgraciado le va a llegar el turno? Apagan la radio  para no oírlo. Y es que ojos que no ven (y orejas que no oyen), corazón que no siente. Y se olvidan de él… Luego tenemos las tomas estáticas del pajarito detectado por satélite y vemos que en una de ellas mira a la cámara. Será que, aunque seas feo, si hay que posar, se posa. Ah, y atentos: saben de dónde viene y qué es en realidad estudiando los restos de un avión atacado ¡Ahí es nada…! Y, por supuesto, analizando una pluma del bicho, deducen que está hecho de antimateria (mira tú, lo mismo que dio quebraderos de cabeza a los  protas de Angeles y demonios) y claro, la galaxia de la que procede está hecha de de la misma sustancia. ¿Qué puede  hacer o decir el mandamás militar ante semejante derroche explicativo? Pues se lamenta porque no se tiene línea con un cura para recibir ayuda de alguien de los cielos. Y aquí paz y después gloria (nunca mejor dicho). Todo esto, con unas buenas dosis de los discursos del narrador en mitad de todo. Ah, y que no se nos olvide: la novia del prota descubre así, porque sí, que el pájaro no para de volar porque busca hacer un nido. Y es que todos los personajes en esta cinta están de un inspirado que tumban.

Pero, como dije antes, lo más destacado de la película es el afán de mezclar el toque fantástico con la más intelectual de la ciencia moderna y, para ello, recurre a usar  diálogos científicos llenos de vocabulario técnico y enrevesado para exponer las explicaciones más retorcidas. Atentos; sé que es largo de ller pero no tiene desperdicio:
El prota, Mitch, descubre un rastro de algo llamado u-mesón con núcleo de hidrógeno con electrones que gravitan alrededor del núcleo a distancia inferior a la habitual

 (Tomemos aire)
Pero es tan pequeño que puede atravesar la barrera de electrones de un átomo ordinario y fusionarse con su núcleo en átomos de materia… ¡o antimateria!
(Volvemos a tomar aire. Yo mismo lo estoy escribiendo copiándome de los diálogos de la peli y reconozco que no sé qué demonios estoy escribiendo)
Si pueden bombardear la barrera de antimateria del bicho con átomos mésicos, ¡podrían derribar su barrera! ¡Sí! ¡Podrían bombardearlo o usar, si quieren, en palabras del iluminado piloto “el fregadero de la cocina” “¡Nos sobran fregaderos!”, responde orgulloso el general (Morris Ankrum. Sí, este diálogo es de traca pero ahí queda)

Todo esto, repito, de golpe y porque sí. Y, lo digo de nuevo, el amigo es piloto (y todos los científicos del ejército (lo de todos es relativo porque sale uno), deben de ser tontos de baba integrales por no caer en algo tan básico) Eso sí, luego el narrador nos cuenta todos los fallos que tienen al experimentar. Menos mal que Mitch descubre la solución pero, como sus amigos dormían, prefiere decírselo en forma de explosión en mitad del laboratorio (lo que acabáis de leer es real, aunque cueste creerlo)
Por fin, luego asistimos a un ataque en toda escala del ave alienígena y vemos una toma bastante curiosa del mismo subido al Empire State mientras despliega sus alas en todo su esplendor.

Y, al final, como debe ser, el súper piloto tiene razón y las cosas acaban como deben acabar.
En fin, por todo lo dicho (y he dicho mucho, siento los spoilers) sólo puedo decir que esta peliculita parte de una premisa más o menos interesante pero, cuando remonta el vuelo (agudo juego de palabras) no sabe muy bien qué rumbo tomar y se acaba estrellando con todo el equipo. Quizás un guión mejor, unas escenas más trabajadas y, desde luego, una producción mejor hubieran dado otro resultado. Para mí, se ve y se olvida sin más. Eso sí, del bicho te acordarás durante mucho tiempo.
Como curiosidades:
En un principio, según parece, el maestro Ray Harryhausen iba a hacer los efectos especiales, cosa que hubiera dado como resultado una cinta completamente distinta a lo que surgió al final. Cuando el presupuesto se disparó, el productor, poco amigo de gastos, encargó el bicho volador a un estudio de México. El resultado fue el que podréis ver si os animáis a dar un vistazo a la peli.
El día del estreno, el actor protagonista, Jeff Morrow, se vio obligado a dejar la sala de cine. ¿El motivo? Las carcajadas que soltaba el público cada vez que el ave alienígena aparecía en pantalla. Pobre hombre.

Pues... ¡vigilad el cielo!

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