La maldición de la
calavera (The Skull)
(1965)
Director: Freddie Francis.
Guión : Robert Bloch, Milton
Subotsky.
Peter Cushing.
Christopher Lee.
Patrick Wymark.
Un
coleccionista de objetos extraños se hace con la calavera del Marqués de Sade…
Vamos
allá con otra película salida de la factoría Amicus. Para el que no haya oído
nada de ella (en este blog ya he comentado alguno de sus productos, como Doctor Terror y la casa de los horrores),
fue una productora especializada en el género de terror que surgió a mediados
de los sesenta y duró hasta 1978. Sus estrellas fueron, sobre todo, las salidas de la Hammer como Peter Cushing o Christopher Lee y la
temática de las cintas recordaba mucho a los de la anterior productora:
monstruos, sangre, terror gótico y sus derivados.
La maldición de la calavera es un
buen ejemplo del cine que surgió de sus estudios: temática algo macabra, la
dosis justa de sangre y asesinatos y dos estrellas del género de terror
compartiendo celuloide y principal reclamo de la misma: el gran Peter Cushing y
Christopher Lee.
Si bien
debo decir que la película, al menos para mí, está lejos de ser uno de los
mejores productos de la singladura, sí debo admitir que tiene unas cuantas
cosas que me gustan:
Para
empezar, tiene un comienzo muy bueno: la primera imagen que vemos del metraje
es una cruz vista a través de la verja de un cementerio. Luego somos testigos
de cómo unos personajes profanan una tumba y cortan la cabeza al cadáver. ¿De
quién es la tumba? ¿Quiénes son esos personajes? A saber. Eso aporta el toque
justo de misterio. Y, lo mejor de todo, toda esta escena inicial sin música ni
diálogos.
Seguimos
porque el profanador de tumbas se lleva la cabeza a su casa. Se le ve
impaciente y le da exactamente igual que una mujer muy sexi con ganas de jarana
se le insinúe nada más llegar usando un baño de espuma como reclamo. Nada,
donde hay una cabeza recién cortada que se quiten las hembras y sus atributos.
Por eso, haciendo caso omiso de la pobre chica, el amigo va a lo suyo: disuelve
la cabeza en ácido y se queda con la calavera. Y más feliz que unas pascuas.
Menos mal que luego viene la tragedia en forma de muerte. En resumidas cuentas,
un muy buen comienzo que deja una cosa bien clara: entre los muertos y los
vivos, escoge a estos últimos. Y si, encima, se trata de una mujer con ganas de
fiesta, mejor que mejor.
Pasamos
al presente y nos llevamos otra sorpresa de las buenas: Peter Cushing y
Christopher Lee se ven las caras en una subasta de unas figuras demoníacas.
Aquí salté de gozo pensando que los dos se liarían en un preámbulo de
enfrentamiento a los que nos tiene acostumbrados pero, para decepción mía,
parece que son amigos. ¡Vaya! Lo bueno es que los personajes se nos definen
pronto y bien: Peter Cushing es una especie de coleccionista/friki de todo tipo
de cosas raras y Lee también. De paso, conocemos al señor Marco en su papel de
rastrero y pesetero buscador de cosas raras.
Quitando
algún que otro flash back en el cual se nos va a dejar clara la importancia de
cierta calavera, el resto de la acción se sitúa en el presente y las
vicisitudes que crea en Cushing la dichosa calavera que resulta ser lo que
queda del Marqués de Sade. Ahí es nada…
Otro
punto a favor es que, si bien sin pasarse, se crea cierto aire de misterio
conforme avanza la trama que se potencia a través de escenas como la del sueño
surrealista de Cushing (que más tarde comentaré por otras razones) o, por
supuesto, con sus dosis justas de asesinatos que, si bien algo tarde y
precitados, lo cierto es que ahí quedan.
Sigo, claro. Y es que, como puedes imaginar, en un película que se llama así hay algo fundamental que es el eje de todo: la dichosa calavera y toda la parafernalia que la
acompaña. Para empezar, son muy curiosos esos planos en plan visión subjetiva
en los que la cámara enfoca desde el interior de la misma y que hace que de la
sensación que de que el espectador está dentro de ella. Y, por supuesto, en
este sentido, debo hacer una mención especial a todo el despliegue de la
reliquia en la última parte de la película cuando la vemos volar de un lado a
otro, salir de la vitrina donde se supone que está encerrada o hacer que los
libros vuelen o las puertas se abran solas además de, claro está, de hipnotizar
al personal y hacer que cometa crímenes. Muy curioso ese efecto, de nuevo desde
el interior de la calavera, en la que parece que sigue con su mirada los
movimientos de los personajes.
Y, por
último, nombrar como detalle significativo que prácticamente toda la parte
final de la peli se podría decir que transcurre sin diálogo. Sí, hay alguno que
otro en plan grito, pero poco más. Esto, a fin de cuentas, no deja de resultar
original y, al menos para servidor, es uno de los momentos más destacables de toda la cinta.
¿Aspectos
mejorables? Para mí, desde luego, algunos.
Para
empezar, debo mencionar la trama en sí de la película: el tema de la calavera
embrujada me parece un poquito traída por los pelos. En mi humilde opinión, es
un motivo algo flojo para justificar la peli que tenemos por delante, algo así como una sensación de que, en conjunto, la cosa queda un poquito
coja, como si le faltara un buen empujón, algo de chispa de la vida (o, según lo que vemos en la peli, de la muerte. Toma comentario macabro...)
El
personaje de Marco nunca me ha caído bien. No por el actor, Patrick Wymark, que
creo que lo hace de manera correcta, sino por cómo está descrito. Su charla
acerca de la calavera que suelta a Cushing me resulta muy artificial, paseando
de un lado a otro en plan académico que oculta algo. Demasiado erudito, forzado
y sabiondo.
Otro
aspecto para mí mejorable es que me resulta, sobre todo al principio, algo
lenta. Los flash backs de la calavera pasen pero la historia del dichoso objeto
ya nos queda muy clara. ¿Por qué repetirla recordando el pasado y con la charla
de Marco a la vez? ¿Por qué perder tanto tiempo primero con el libro del
marqués y luego con su calavera? No es hasta que Cushing tiene ese sueño raro
cuando las cosas comienzan a acelerarse un poco.
Y esto
me lleva a la escena de dicho sueño en sí: surrealista total, como ya comenté
antes. Poco diálogo, mucho colorín, un juez del pasado chiflado y una pistola
para jugar a la ruleta rusa. Ah, y humo surgiendo de las paredes mientras la
calavera flota y flota. Como poco, raro y, si me apuráis, hasta un poquito
ridículo.
Y si de
cosas raras hablamos, debo hacer referencia a una escena en la que Cushing y Lee,
mientras juegan al billar, hablan de la calavera dichosa. Lee parece estar al
tanto de todo lo relacionado con ella y hablan de muertes, posesiones y sus
derivados de la manera más normal y natural del mundo, sin dejar de beber ni de
jugar. Vamos, que ni se inmutan. Y digo yo, a fin de cuentas, hablan de muertes
y de ser poseído por un espíritu rencoroso y asesino. Algo más de vida, ¿no? Y a
todo esto, ¿por qué el espíritu de De Sade sigue en la calavera? ¿Cómo saben
esto con tanta seguridad? ¿Y de dónde la saca Marco?
En
resumidas cuentas, una película, para mí, claro está, muy irregular. Le falta
empuje, emoción y en definitiva, terror. La calavera se muestra muy blanca,
limpia y pulidita. Algo más de gesto desagradable en plan maligno no le hubiera
venido mal porque me ha dado la impresión de que está sacada de uno de esos
juegos de anatomía humana de niños solo que en tamaño natural. Creo que, si no
fuera por la presencia de dos figuras como Peter Cushing y Christopher Lee,
esta película estaría en el más lejano de los olvidos y, de hecho, la presencia
de Lee es transitoria del todo; es Cushing quien lleva todo el peso de la misma
sobre sus espaldas y quien, con su buen hacer habituales, salva el metraje de
ser un quiero y no puedo evidente.
Pues dicho queda. Yo la he visto como curiosidad. ¿Esperaba algo más? Sin duda. Bueno, a su modo, es entretenida y eso siempre es de agradecer. Además, ver a Lee y Cushing juntos de nuevo me ha dejado cierto buen sabor de boca que nunca viene mal.
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