miércoles, 22 de octubre de 2025

El conde Drácula



Dice Jesús Franco en el prólogo de la película que, en esta ocasión, se va a contar la historia del famoso conde de la manera más fiel. Y es justo ese el gran aliciente de la película... En parte.

La cinta, quede esto claro, no tiene nada que ver con las producciones de la Hammer. De hecho, Lee ya había sido un buen montón de veces el conde. ¿Por qué quiso empezar de cero aquí? Porque le atrajo la idea de reflejar la historia de manera fiel a la obra.

Dicho esto, tengo que admitir que tiene unos cuantos puntos a favor muy potentes. Lo primero, como ya he dicho, la fidelidad. El famoso conde ya se habia adaptado al cine en muchas ocasiones (Lugosi, Lee, Schreck... Incluso, a su modo, Carradine. Eso, por nombrar unos cuantos) pero, y esto es importante, las historias nunca arrancaban del original literario, si no de adaptaciones al teatro (véase la de Bela Lugosi) o alteraban lo que les daba la real gana (como la de Terence Fisher) Pues bien, aquí podemos ver detalles del libro nunca antes visto. Por ejemplo, el conde luce bigote y le vemos rejuvenecer conforme avanza la historia. También es Jonathan Harker (y no Rendfield) el que viaja a ver al Drácula. Además, se incluye una escena muy potente para la época, como es el niño que el conde regala a sus novias en plan aperitivo para que se lo coman. A todo esto, hay que añadir la inclusión de Quincey Morris, un personaje que suele ser olvidado y que se recuperó en la cinta de Coppola. Esto es curioso porque en las anteriores adaptaciones todo se reducía a Mina, Lucy, Johantan y Van Helsing, sin contar al conde, claro.

La película tiene un ritmo más o menos pasable y, la verdad, se centra en los principales aspectos de la obra para que todo transcurra de manera directa y que el espectador esté entretenido. De vez en cuando tiene algún momento potente, como cuando las novias se despiertan por primera vez (un recurso que hoy puede quedar viejo pero es efectivo) o el momento en el que Drácula se refiere a los hijos de la noche deja entrever colmillos y su rostro y expersión queda muy lejos del principesco y refinado conde de siempre.

¿Más cosas a favor? Buena ambientación, ya que los interiores de la mansión o el castillo son tales y buen vestuario. Quede esto claro: la película está considerada como de bajo presupuesto y, la verdad, se nota pero, aún así, se defiende bien.

Pero, si bien hasta más o menos la mitad la promesa de Franco se mantiene, lo cierto es que, desde que muere Lucy, la cosa se despendola y se acelera en partes iguales. Así, saltamos de una escena a otra sin ton ni son, el ataque que sufre Van Helsing viene de golpe y los personajes se mueven de una escena a otra como porque sí. Por ejemplo, Van Helsing determina que a la niña muerta se la merendó Lucy así, porque el amigo es muy listo y algo tenía que decir.

Y es por esta rapidez que se nota la gran carencia de la peli: el terror. Aquí, salvo las escenas que he dicho antes (y solo crean curiosidad) la falta de terror es considerable. Se echa en falta alguna escena truculenta, más sangre o que el conde se luzca más. El recurso de los animales disecados queda mal, cutre y forzado.

¿Y los actores? Pues acartonados. Les falta vida, expresión y sentimiento. Herbert Holm (Van Helsing), Fred Williams (Harker) y Pal Muller (Seward) tienen cara de póker toda la peli. Incluso Klaus Kinski, que solo berrea de fondo, parece que está más preocupado porque el pelo se le pone en la cara y le molesta. ¿Y Lee? Cumple sin más.

En definitiva, un producto de serie B que hay que ver. Sobre todo si te gusta la filmografía del conde y puedes compararlo con otras adaptaciones. Creo que la intención fue buena pero el desarrollo y dirección se quedaron a medio camino. Creo que la película se ha quedado como elemento curioso a la vez que divertido. Eso sí, olvídate de sentir una pizca de miedo.



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