Vamos a dejar las cosas bien claras: esta película está concebida para que pases un rato desagradable (en todos los sentidos) y para que te comas mucho la cabeza, de principio a fin.
La cinta empieza directa cuando se nos informa de que una señora ya mayor, con hija y nietos, ha fallecido. Inmediatamente conocemos a Annie, su hija, que está hecha una piltrafa, y a su familia, futuros piltrafillas. El primer susto viene en forma de silueta de anciana en las sombras y, es por esto que, en seguida, te haces una idea clara de por dónde va a ir la cosa: sustos fantasmales.
Pues no.
A partir de ese momento, la cosa se desarrolla en en dos planos separados por una finísima línea. Por un lado, aunque suene extraño, asistimos a un drama de proporciones tremendas. ¿De qué otro modo se puede llamar a la historia de una mujer que pierde a su madre, a su hija, odia a su hijo, y las coas con el marido, un sufridor de campeonato, no funcionan? Por otro, el terror se va manifestando poco a poco, casi sin que el espectador se de cuenta.
Y es el grandísimo acierto de la película. Y es que el guion, de manera muy sutil, va introduciendo poco a poco elementos que hacen que, sin que lo notes (porque estás en vilo) vivas una especie de estado de desasosiego considerable que, bien mirado, no sabes muy bien por qué se produce o de dónde viene. ¿Por las siluetas sonrientes y que dan un mal rollo brutal? Puede ser. ¿Por los detalles sutiles pero muy importantes en forma de amiga de la señora fallecida? ¿Por esa extraña banda sonora que no es música porque no la puedes tararear? ¿Porque no sabes quién es el loco o si todo lo que ves es una alucinación? ¿Porque no sabes si ves la realidad o una maqueta muy bien hecha?
La peli cuenta, además, con una serie de golpes de efecto tremendos que uno no se espera y hace que te replantees qué estás viendo. Lo que ocurre con Charlie te corta la respiración. Los libros de espiritismo que encuentra Annie, la macabra historia de Peter, esos planos que, partiendo de miniaturas, enlazan con la realidad... Son muchas cosas, muchos detalles y mucha emoción en cada secuencia e incluso plano.
Y, como no puede ser de otra forma, toda buena película de terror que se precie debe tener un final acorde con lo que hemos visto. Ojo, que lo tenían difícil y, si después de todo el espectáculo que hubiesen optado por una chapuza rápida o mal enlazada, hubiesen arruinado todo. Pues no, el final, tan extraño como alucinante te deja muy claro que lo que has visto ha sido real y, además, la cosa viene de lejos.
Resumiendo, una estupenda película en todos los sentidos: guion, dirección, actores (maravillosa Toni Colette y, sin dudarlo, los demás van a la par), sustos, sorpresas... Uno de esos ejemplos que indican que el género de terror, en los últimos años, nos está devolviendo la esperanza a todos los aficionados del género. Dicen que es El Exorcista del momento.
¿Tú qué crees?
PD: Paimon, el demonio que se nombra, no es ficción. Aparece en numerosos textos satánicos y de magia negra y es considerado como uno de los demonios más leales de Lucifer. Según el director, Ari Aster, no quería caer en el tópico usando al propio Lucifer y se decidió por ser más original.
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